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Introducción del catálogo CDV (Caja de Viajes) por JAVIER MAZORRA

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Galería Sargadelos, Monforte de Lemos. (2005)

   


CAJA DE VIAJES

      Dice Saramago que el viaje no acaba nunca. Sólo los viajeros acaban. E incluso éstos pueden prolongarse en memoria, en recuerdo, en relatos o quedarse invernando en una caja como esa que lleva esculpida Arriaza, el alter-ego de Roberto González Fernández. No podía encontrar mejor símbolo para el viaje, esa experiencia vital que para él ha ido señalando el paso del tiempo, un antes y un después, que ha sido tantas veces proyecto de futuro, casi siempre compartido, una meta, un objetivo pero también un tesoro. Arriaza nació en una viga de su estudio de Madrid pero muy pronto comenzó a moverse por el mundo, a través del mar, en forma de isla, como se puede ver en la serie pictórica que lleva su nombre. 

       En el primer cuadro de 1995, se encontraba en la posición 25. 47N 80.07W o lo que es lo mismo, frentre a Miami Beach en Florida, recordando una semana de enero años atrás, alojado en un hotel color pastel de estilo Art Décó, mirando un mar intensamente verde con un cielo casi siempre tormentoso. Pero el fin de un viaje es sólo el inicio de otro. Esa isla viajaría a Buenos Aires, a Colonia de Sacramento en Uruguay, a Staffa, en las islas Hébridas; a Islandia,a Barcelona, a Dinamarca y de nuevo a Escocia pero esta vez a las islas Shetland; muchos viajes de ida y vuelta porque hay que volver para ver lo que no se ha visto, ver otra vez lo que ya se vió, ver en primavera lo que se había visto en verano, ver de día lo que se vio de noche, con el sol lo que antes se vio bajo la lluvia, ver la siembra verdeante, el fruto maduro, la piedra que ha cambiado de lugar, la sombra que aquí no estaba. Más tarde esa misma Arriaza, en forma de isla, se transformaría, multiplicada hasta siete veces, en un símbolo, en la representación de un encuentro en mitad del mar, ‘la secuencia imposible’ que contaba Ana Santos en el catálogo “RGF: Espacios y tiempos”. En realidad toda la obra de Roberto gira alrededor de esa frágil relación entre el espacio y el tiempo que en definitiva es otra forma de describir el viaje. Por ello esta nueva serie ‘Caja de Viajes’ es una nueva vuelta de tuerca en esa búsqueda por atrapar el tiempo. Ahora es Arriaza, formando parte de esa escultura realizada en 1998 quien vuelve al camino para comenzar de nuevo... el viaje. Esta vez de una manera mucho más íntima, casi secreta. En el primer cuadro vemos a la caja con su misterioso contenido, observando el viejo Bérgamo, desde una ventana, en un marco clásico, acompañado de un cesto de frutas como si se tratase de un cuadro renacentista. El guiño es intencionado pero en este caso también refleja un recuerdo preciso y concreto. Ese bodegón estaba allí en aquel hotel del nuevo Bérgamo a la hora del desayuno, una experiencia compartida con un eco que se multiplica a través de olores, sensaciones, el recuerdo de una pintura en un museo municipal. Más tarde viajaría hasta Hong Kong para espiar la ciudad desde el Mirador Victoria pero de la misma manera también desde Kowlong al anochecer, cuando aparece como una extraña joya en la lejanía. “Hay que volver a los pasos ya dados, para repetirlos y para trazar caminos nuevos a su lado”. Así vuelve una y otra vez al pico Matterhorn, en Zermat que vemos al amanecer desde otra habitación o al mediodia, en plena montaña frente a un observatorio astronómico. Un viaje dentro de otro viaje. Y de nuevo nos encontramos en Copenhagen. Si en la siere Arriaza su punto de referencia era una garita de vigilancia encima del puerto recubierta de unas placas de cobre ya de color verde, esta vez se sube al último piso del Hotel SAS, la obra maestra de Arne Jacobsen. Desde allí se ve la ciudad infinita pero casi imperceptible con una luz de amanecer. No es el único homenaje a un arquitecto. Dusseldorf sólo aparece reflejada en las láminas de titanio de uno de los edificios de Gehry en esa ciudad alemana. Es lo que queda de un día de junio, descubriendo un museo extraordinario, estatuas en un jardín, el Rin bajo la lluvia, ecos de una arquitectura nacionalsocialista que resulta imposible ignorar, tiendas de lujo al borde de un canal. A veces todo lo que vemos no corresponde necesariamente con el recuerdo de una realidad. Cuando viaja hasta la isla de Lípari, la caja descansa en una estructura arquitectónica que parece salida de un cuadro de Alma Tadema o de su serie A.T. De aquella aventura por las islas Eolias, le quedan muchas imágenes imborrables en la retina: el Stombolicchio frente a la habitación del hotel, la primera visión cada mañana; un atardecer desde la casa donde vivía Neruda en la versión cinematográfica de “El Cartero de P...” en la isla de Salina; un baño de lodo a la sombra de Vulcano; una excursión frustrada al cráter del volcán en Strómboli pero también una cena improvisada con Ana y su amigo ceramista de vuelta a Lipari. De cada viaje RGF no se trae sólo vivencias reales sino infinidad de referencias tangenciales con su propia obra, sus obsesiones, sus otros viajes. En estos 36 cuadros volvemos a viajar por su vida pero también por toda su pintura. Detrás de su visión de Machu Pichu, de Monforte, de la Isla de Man, de los bosques de Transilvania, de Gibraltar, Tenerife o Turín hay retazos de esa obra desarrollada durante cerca de cuarenta años. Sólo hay que consultar su página web para comprobarlo. En su proyecto “Aproximaciones” el viaje es uno de los protagonistas absolutos incluso hasta el punto de ser lo único que queda de los años sabáticos cuando abandona el proyecto temporalmente. Va meticulosamente guardando sus vivencias fuera de Madrid o Edimburgo para revivirlas después de un tiempo. Cada viaje es recuperado un año más tarde, entremezclado con experiencias del presente, en una nueva vuelta de tuerca en su eterno juego entre el espacio y el tiempo.


      Monforte ha sido el escenario de su infancia pero también de sus sueños, de sus pesadillas, un lugar al que vuelve una y otra vez, un poco por inercia, un poco por obligación y de donde siempre encuentra algo nuevo, una luz distinta, un nuevo encuentro con un amigo, con su tío Tomás, con sus primos, unas experiencias que irremediablemente lo devuelven a su infancia en un círculo infinito de sensaciones e imágenes . El colegio donde estudia se transforma en un icono que poco a poco se va alejando de la realidad para formar parte de un mundo de símbolos. Lo mismo ocurre con el puente de piedra o el castillo. 


      Su recorrido por el mundo incluye destinos clásicos como Roma que RGF inmediatamente relaciona con sus serie “La Caída del Imperio Romano” o San Francisco, un lugar cargado de memorias casi todas dolorosas. Un primer viaje a San Francisco cambió de alguna forma su vida. A raíz de aquella experiencia se enfrentaría a la pintura de una forma distinta , apasionada y compulsiva a la vez. De inmediato realizaría dos serie “Elephant Walk” y “Parade” pero también sería protagonista de cuadros posteriores relacionados con la muerte. Quince años más tarde vuelve a la ciudad pero coincide con un 11 de septiembre trágico que le deja una profunda huella. Ahora la memoria de aquellos días aparece desde la visión aérea de la ciudad que contemplaba a ciento veinte metros de altura desde su habitación en el hotel Mandarin Oriental. La calma y el sosiego que desprenden podría ser reflejo de aquella visión a primera hora de la mañana antes de ver en la televisión la destrucción de las Torres Gemelas. 
Por otro lado también incluye lugares aparentemente sin trascendencia. A Transilvania va casi por casualidad, relacionaba el territorio con vampiros y antiguas leyendas pero se queda con esos inmensos bosques, esos paisajes apenas alterados por la mano del hombre donde todavía viven muchos osos como el que se encuentra detrás de un hotel en Poiana Brasov.La costa de Licia en Turquía cargada de espectaculares monumentos pero con un peso histórico muy reducido le inspira tres cuadros muy diferentes. Es su particular relato de un viaje accidentado pero lleno de sorpresas como el fuego eterno que se desprende de las piedras de Chimera pero al final se queda con las ruinas de Myra o Xantos. Muy diferente es su relación con Gibraltar que relaciona con sus amistad con Manolo Alés con quien colaboró en tantas exposiciones desde La Linea. El cuadro habla también de una experiencia mucho más concreta cuando ya Manolo ha desaparecido y la Fundación que lleva su nombre le ofrece exponer allí. El día de la inauguración intentaría cruzar de nuevo la frontera pero es rechazado al tener el DNI caducado. El Peñón queda al otro lado de esa línea virtual entre los dos territorios. Volvería de nuevo a Turquía pero esta vez a Capadocia que descubriría vestida de blanco aunque sin el brillo y los matices que da el sol. Su visión de Tenerife es particularmente excéntrica. Se fija en las tapias de un cementerio, el del pueblo de La Esperanza. En su interior descubre a un grupo de mujeres cubriendo de flores las tumbas de sus seres queridos. Le cuenta que es algo que realizan cada quince días. También se fija en las Cañadas pero sólo las vemos a través de un observatorio astronómico. Se repiten sus obsesiones. Este extraño viaje aun tiene paradas más extrañas, como un atardecer en Karlovy Vary o un dia de verano en el interior de la Isla de Man, un paseo por el desierto de Túnez o incluso una carrera por el Lingotto de Turín.