TEXTO 

Introducción del catálogo por Jesús Cámara

  Text

 Centro Cultural la Elipa, Madrid, (2010)

   




FÁBULA Y VERDAD: realismo digital, realismo mítico


                                    
 La idea de la verdadera belleza no sólo no se deja descubrir por los
                                                    ignorantes; sino que aún los que saben la disciernen con dificultad


                                                                                                      Leon Battista Alberti
                                                                                                                      De pictura. Libro Tercero

 

 


Mi primer contacto en profundidad con Roberto González Fernández, con su obra y con su vida, fue hace 25 años, cuando comisarié la muestra Voces Interiores, para la Fundación Santillana en Santillana del Mar (Cantabria) y el Centro Cultural de la Villa de Madrid. Una antológica sobre doce realistas españoles, que en 1992 se transformaron en 18 en otra exposición en la misma sala que se llamó Tierra de
Nadie. En ambas muestras estuvo presente la obra de Roberto González Fernández y en ambas sus óleos llamaron la atención de la crítica y el público, a pesar de que en el panorama figurativo español contemporáneo, en esa “generación” casi virtual de realistas del último tercio del siglo XX, que sigue caminando y creando en el XXI, nunca hubo maestros y seguidores, ni figuras especialmente destacadas,
como tampoco se dieron consignas o manifiestos, ni siquiera la idea clara entre los artistas de pertenecer a un mismo movimiento. Entonces, Roberto González Fernández era un artista maduro, con una obra personalísima, muy consolidada en sus temas y con una magnífica técnica pictórica, avalada por múltiples exposiciones en salas de prestigio en España y otros países, y con obra presente en
importantes colecciones públicas y privadas. No imaginé entonces que la obra de Roberto pudiera desarrollarse en un lugar distinto al de los marcos clásicos de expresión plástica: el lienzo y el grabado. Tampoco supuse, ni yo ni nadie, entonces lo que estaba por venir, la revolución que la era digital ha supuesto en nuestras vidas en general, y los nuevos campos, soportes y técnicas que, en particular, estas dos últimas décadas han nacido para el arte y a sus creadores. Roberto González Fernández se ha inmerso en todas sus posibilidades, experimentando todos esos nuevos medios y recursos, y sin dejar de ser fiel a lo suyo y a los suyos, ha pasado de ser un pintor a ser un artista multimedia. Así se define en
su página web (www.r-gonzalezfernandez.com), que ha convertido en reino propio, en una especie de biblioteca de Alejandría personal y que al mismo tiempo es taller virtual, oficina comercial y archivo vital, y para la que incluso crea obras en exclusiva, especialmente en formato de video.


Esta Caja de Pandora que recoge obras realizadas sobre papel a partir de colages creados por ordenador desde imágenes por impresión digital, es una muestra del último Roberto González Fernández, del artista completo, polifacético, hijo de su tiempo y de su entorno, para el que la red y lo digital ha abierto una nueva realidad a la que incorporar la suya, la de su pintura, la de su obra, la de su vida.-que viene a ser lo mismo-. También él es el mismo: enriquecido, dominador de nuevos recursos, pero con idéntica concepción del arte, son sus temas y su estética, con esa elegancia clasicista con la que sabe vestir desde el momento más sublime al más sórdido; la tragedia, el deseo o la soledad.


Ya sea con el pincel o con el ratón óptico, Roberto Fernández González es un creador de universos propios habitados frecuentemente por elementos arquitectónicos y figuras: espacios y cuerpos entre los que se debaten las preocupaciones del artista: el sexo y el sentimiento, el vicio y el pecado, la incomunicación y el tiempo: el tiempo del mundo, el tiempo del arte, el tiempo del artista. La arquitectura es marco y referencia de lo que trasciende al devenir. Un asidero a lo inmanente a través de la pilastra, el frontón de piedra, el friso lapidario, la ventana, a veces espejo, a veces puerta a otros universos íntimos y secretos... elementos todos de arquitecturas reales, o de arquitecturas figuradas pero no por ello menos ciertas. Y junto a la arquitectura, o inmersa en ella la figura humana, en soledad, en pareja, o en muchedumbre, pero siempre como suma de individualidades. Muchas veces la figura es el propio artista o las personas de su círculo más privado, amigos, compañeros de vida o personajes anónimos fotografiados en la calle, en cierto Roberto González Fernández aborda sus planteamientos éticos y estéticos desarrollándolos en series, matando sus fantasmas a fuerza de desvelarlos, de variarlos, de combinarlos hasta el infinito partiendo de estructuras y esquemas únicos donde pueden todas sus fobias
y sus filias. Esta exposición recoge ocho de las más de ochenta series en las que se recoge la mayor parte de su producción.


En algunas de estas series retoma temas propios tratados hace varias décadas, como la serie Serie C (B) G -Cruising (Burial) Grounds- , de la que se muestran en la exposición cuatro variaciones, y que parte de Matorrales del Deseo, una obra del artista de hace más de un cuarto de siglo.
En otros casos los temas de las series se continúan en el tiempo, afrontándolas incluso desde varias disciplinas artísticas, es el caso por ejemplo de la serie Babel, iniciada por Roberto en el 2000, que aquí se presenta en su hornada más reciente (2009) en tintas pigmentadas sobre papel, pero que ha sido tratada por el artista a través del óleo, el grabado o incluso, la escultura. La Torre de Babel de Brueghel el Viejo se convierte en icono-fetiche para hablarnos de un tema tan actual como el de la humanidad amenazada por la incomunicación, de hombres aislados por los nacionalismos ciegos, el odio, o el caos. Brueghel pintó a Nemrod, a sus esclavos y albañiles con ropajes del siglo XVI. En las obras de Roberto los santos, los héroes, los dioses se convierten en héroes tatuados, prometeos posmodernos, tipos del lumpen con cuero y cadenas, travestis y prostitutas, punkies, o jóvenes de buena familia y camiseta
inmaculadamente blanca.


La descontextualización es más que un juego en la obra de Roberto González, al igual que la yuxtaposición de motivos; algunos trascendentes, eternos, otros anecdóticos. La Biblia se mezcla con Shin Chan, la mitología con los pantalones vaqueros, los primitivos flamencos con la realidad virtual, los héroes clásicos con los avatares de Second Life, los zigurats con los graffitis. En composiciones absolutamente clásicas, equilibradas, con escenografías medidas al milímetro, Roberto es capaz de presentar el más absoluto desorden en un ejercicio de arqueología futurista, o la más tremenda desolación, el vacío más total en el entorno más abigarrado posible.
A partir de todo ello el artista crea su propia mitología en las que coexisten mil y una historias. Tramas oscuras, a veces desveladas apenas, pero cargadas de intensidad, que siempre resultan un motivo sugerente para dejar volar la imaginación del espectador. Realidades que nos llevan a la ficción, de la tragedia humana a la fantasía, como de un argumento onírico, tan absurdo como verídico.
Es precisamente el tema de los sueños, Dios manifestándose a Jacob mientras duerme, otro buen marco en el que presentar sus inquietudes, tanto individuales como colectivas: la intransigencia, la xenofobia como rechazo a lo diferente por miedo, desconocimiento o ignorancia, el deseo de trascender, la defensa de la ecología y la diversidad biológica, la terrible amenaza de la guerra por muy
trivializada que se muestre con soldados como “clicks” de Famobil.
La obra de Roberto González Fernández se ha ido cargando de elementos simbólicos y de referencias literarias. Muchos pueden ver en sus obras un constante homenaje a la literatura, desde los fabulistas clásicos a la novela de intriga más actual; de las Sagradas Escrituras hasta el cómic. Y reconozco que hay mucho de todo ello, pero ante todo, y sobre todo, la obra de Roberto González Fernández es creación plástica: composición, luz y color, pasión por el dibujo. Es, en fin, PINTURA pura, aunque, como en esta ocasión, haya nacido de lo digital. Su producción hace tiempo que camina en el terreno de lo que se podría llamar realismo mítico. Una mitología tan propia como universal, tan enteramente clásica como completamente contemporánea.


Jesús Cámara
Comisario de la exposición