FÁBULA Y VERDAD: realismo
digital, realismo mítico
La idea de la
verdadera belleza no sólo no se deja descubrir por los
ignorantes; sino que aún los que saben la disciernen con dificultad
Leon Battista Alberti
De pictura. Libro Tercero
Mi primer contacto en profundidad con Roberto González Fernández, con su
obra y con su vida, fue hace 25 años, cuando comisarié la muestra Voces
Interiores, para la Fundación Santillana en Santillana del Mar
(Cantabria) y el Centro Cultural de la Villa de Madrid. Una antológica
sobre doce realistas españoles, que en 1992 se transformaron en 18 en
otra exposición en la misma sala que se llamó Tierra de
Nadie. En ambas muestras estuvo presente la obra de Roberto González
Fernández y en ambas sus óleos llamaron la atención de la crítica y el
público, a pesar de que en el panorama figurativo español contemporáneo,
en esa “generación” casi virtual de realistas del último tercio del
siglo XX, que sigue caminando y creando en el XXI, nunca hubo maestros y
seguidores, ni figuras especialmente destacadas,
como tampoco se dieron consignas o manifiestos, ni siquiera la idea
clara entre los artistas de pertenecer a un mismo movimiento. Entonces,
Roberto González Fernández era un artista maduro, con una obra
personalísima, muy consolidada en sus temas y con una magnífica técnica
pictórica, avalada por múltiples exposiciones en salas de prestigio en
España y otros países, y con obra presente en
importantes colecciones públicas y privadas. No imaginé entonces que la
obra de Roberto pudiera desarrollarse en un lugar distinto al de los
marcos clásicos de expresión plástica: el lienzo y el grabado. Tampoco
supuse, ni yo ni nadie, entonces lo que estaba por venir, la revolución
que la era digital ha supuesto en nuestras vidas en general, y los
nuevos campos, soportes y técnicas que, en particular, estas dos últimas
décadas han nacido para el arte y a sus creadores. Roberto González
Fernández se ha inmerso en todas sus posibilidades, experimentando todos
esos nuevos medios y recursos, y sin dejar de ser fiel a lo suyo y a los
suyos, ha pasado de ser un pintor a ser un artista multimedia. Así se
define en
su página web (www.r-gonzalezfernandez.com), que ha convertido en reino
propio, en una especie de biblioteca de Alejandría personal y que al
mismo tiempo es taller virtual, oficina comercial y archivo vital, y
para la que incluso crea obras en exclusiva, especialmente en formato de
video.
Esta Caja de Pandora que recoge obras realizadas sobre papel a partir de
colages creados por ordenador desde imágenes por impresión digital, es
una muestra del último Roberto González Fernández, del artista completo,
polifacético, hijo de su tiempo y de su entorno, para el que la red y lo
digital ha abierto una nueva realidad a la que incorporar la suya, la de
su pintura, la de su obra, la de su vida.-que viene a ser lo mismo-.
También él es el mismo: enriquecido, dominador de nuevos recursos, pero
con idéntica concepción del arte, son sus temas y su estética, con esa
elegancia clasicista con la que sabe vestir desde el momento más sublime
al más sórdido; la tragedia, el deseo o la soledad.
Ya sea con el pincel o con el ratón óptico, Roberto Fernández González
es un creador de universos propios habitados frecuentemente por
elementos arquitectónicos y figuras: espacios y cuerpos entre los que se
debaten las preocupaciones del artista: el sexo y el sentimiento, el
vicio y el pecado, la incomunicación y el tiempo: el tiempo del mundo,
el tiempo del arte, el tiempo del artista. La arquitectura es marco y
referencia de lo que trasciende al devenir. Un asidero a lo inmanente a
través de la pilastra, el frontón de piedra, el friso lapidario, la
ventana, a veces espejo, a veces puerta a otros universos íntimos y
secretos... elementos todos de arquitecturas reales, o de arquitecturas
figuradas pero no por ello menos ciertas. Y junto a la arquitectura, o
inmersa en ella la figura humana, en soledad, en pareja, o en
muchedumbre, pero siempre como suma de individualidades. Muchas veces la
figura es el propio artista o las personas de su círculo más privado,
amigos, compañeros de vida o personajes anónimos fotografiados en la
calle, en cierto Roberto González Fernández aborda sus planteamientos
éticos y estéticos desarrollándolos en series, matando sus fantasmas a
fuerza de desvelarlos, de variarlos, de combinarlos hasta el infinito
partiendo de estructuras y esquemas únicos donde pueden todas sus fobias
y sus filias. Esta exposición recoge ocho de las más de ochenta series
en las que se recoge la mayor parte de su producción.
En algunas de estas series retoma temas propios tratados hace varias
décadas, como la serie Serie C (B) G -Cruising (Burial) Grounds- , de la
que se muestran en la exposición cuatro variaciones, y que parte de
Matorrales del Deseo, una obra del artista de hace más de un cuarto de
siglo.
En otros casos los temas de las series se continúan en el tiempo,
afrontándolas incluso desde varias disciplinas artísticas, es el caso
por ejemplo de la serie Babel, iniciada por Roberto en el 2000, que aquí
se presenta en su hornada más reciente (2009) en tintas pigmentadas
sobre papel, pero que ha sido tratada por el artista a través del óleo,
el grabado o incluso, la escultura. La Torre de Babel de Brueghel el
Viejo se convierte en icono-fetiche para hablarnos de un tema tan actual
como el de la humanidad amenazada por la incomunicación, de hombres
aislados por los nacionalismos ciegos, el odio, o el caos. Brueghel
pintó a Nemrod, a sus esclavos y albañiles con ropajes del siglo XVI. En
las obras de Roberto los santos, los héroes, los dioses se convierten en
héroes tatuados, prometeos posmodernos, tipos del lumpen con cuero y
cadenas, travestis y prostitutas, punkies, o jóvenes de buena familia y
camiseta
inmaculadamente blanca.
La descontextualización es más que un juego en la obra de Roberto
González, al igual que la yuxtaposición de motivos; algunos
trascendentes, eternos, otros anecdóticos. La Biblia se mezcla con Shin
Chan, la mitología con los pantalones vaqueros, los primitivos flamencos
con la realidad virtual, los héroes clásicos con los avatares de Second
Life, los zigurats con los graffitis. En composiciones absolutamente
clásicas, equilibradas, con escenografías medidas al milímetro, Roberto
es capaz de presentar el más absoluto desorden en un ejercicio de
arqueología futurista, o la más tremenda desolación, el vacío más total
en el entorno más abigarrado posible.
A partir de todo ello el artista crea su propia mitología en las que
coexisten mil y una historias. Tramas oscuras, a veces desveladas
apenas, pero cargadas de intensidad, que siempre resultan un motivo
sugerente para dejar volar la imaginación del espectador. Realidades que
nos llevan a la ficción, de la tragedia humana a la fantasía, como de un
argumento onírico, tan absurdo como verídico.
Es precisamente el tema de los sueños, Dios manifestándose a Jacob
mientras duerme, otro buen marco en el que presentar sus inquietudes,
tanto individuales como colectivas: la intransigencia, la xenofobia como
rechazo a lo diferente por miedo, desconocimiento o ignorancia, el deseo
de trascender, la defensa de la ecología y la diversidad biológica, la
terrible amenaza de la guerra por muy
trivializada que se muestre con soldados como “clicks” de Famobil.
La obra de Roberto González Fernández se ha ido cargando de elementos
simbólicos y de referencias literarias. Muchos pueden ver en sus obras
un constante homenaje a la literatura, desde los fabulistas clásicos a
la novela de intriga más actual; de las Sagradas Escrituras hasta el
cómic. Y reconozco que hay mucho de todo ello, pero ante todo, y sobre
todo, la obra de Roberto González Fernández es creación plástica:
composición, luz y color, pasión por el dibujo. Es, en fin, PINTURA
pura, aunque, como en esta ocasión, haya nacido de lo digital. Su
producción hace tiempo que camina en el terreno de lo que se podría
llamar realismo mítico. Una mitología tan propia como universal, tan
enteramente clásica como completamente contemporánea.
Jesús Cámara
Comisario de la exposición