La participación del componente
emotivo en el arte no es nuevo.La esencia de la pintura
se ha construido a lo largo de los siglos gracias a una
bien llevada interrelación de sentimientos que se
confunden plasmados en la superficie del lienzo. Unos
llegan a la materia desde el mundo interior del creador,
bajo el concierto de pasiones, alegrías y tristezas;
otros se han germinado en la percepción de lo visible,
que respira y cambia con la fugacidad del tiempo,
después de haberse nutrido de los argumentos
inesquivables que enlazan las horas del día.
De esta camaradería nace la visión de la pintura, una
visión que nos liga a lo humano y nos conduce al mito de
la fantasía, que encarna la verdad al mismo tiempo que
incorpora la mentira, y se hace valer de lo real de la
misma forma que exhibe lo imaginario. El resultado es un
pozo inacabable de apariencias que parecen haberse aliado
para su presentación en sociedad. Los cómplices de esta
activación emocional no son otros que el
artista y el espectador. El primero hace trascender este
inquietante y atractivo universo a su propia creación;
el espectador se siente ante la manifestación artística
con la disposición de retener las imágenes, de sentirlas, emocionándose ante
ellas.
Mercedes
Rozas
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